Artículo escrito por nuestro socio Jordi Estalella y publicado originalmente en Abogacia.es en este enlace.
Texto parcial del artículo:
En el momento en que escribo estas líneas, Twitter es noticia por partida doble. Primero, por la extraordinaria cifra que Elon Musk ha ofrecido para adquirir esta red social (44.000 millones de dólares). Y, segundo, porque el millonario sudafricano ha suspendido la compra hasta corroborar que las cuentas falsas y bots no superan el 5% del total. Aceptando este porcentaje, y que el número de usuarios del pajarito azul se sitúa en torno a los 216 millones, estaríamos hablando de más de 10 millones de perfiles falsos o inexistentes.
Desde cualquier punto de vista, ese dato es pavoroso (supone, por ejemplo, casi la cuarta parte de la población española o toda la de Grecia) y refleja la podredumbre que está asolando Twitter en particular y las redes sociales en general.
Las redes sociales nacieron con el propósito de crear espacios donde las personas alejadas geográficamente pudieran interactuar y expresar sus ideas con libertad. Llegamos a calificarlas como el “ágora moderna”, aludiendo así a las plazas en las que los ciudadanos atenienses de la Antigua Grecia participaban de la democracia directa. Sin duda un propósito noble, aunque la evolución de las redes sociales ha transcurrido por unos derroteros algo distintos.
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