Artículo escrito por nuestro socio Jordi Estalella y publicado originalmente en Abogacia.es en este enlace.
La Guerra de Sucesión española no fue un conflicto exclusivamente interno, sino que, como acontece en numerosas guerras -y Ucrania es el último ejemplo-, las potencias extranjeras se sirvieron de un tercer país para fortalecer su posición dominante en el comercio mundial, las Indias en el escenario bélico de la Guerra de Sucesión, y exigir la cesión de territorios españoles en el Tratado de Utrecht firmado por etapas entre 1713 y 1715.
A diferencia de otras conflagraciones, la Guerra de Sucesión (1701-1714) no se caracterizó por grandes batallas, a excepción de la que tuvo lugar en la ciudad de Almansa. Madrid cayó dos veces a manos del archiduque Carlos, y Valencia y el reino de Aragón se rindieron sin presentar demasiada resistencia.
Los historiadores que han estudiado este período están de acuerdo en que una de las principales causas militares de la caída de esos territorios radica en que durante los años previos a la guerra se había descuidado la fortificación de las plazas y estas carecían de la guarnición suficiente para su defensa (Kamen, 1974). Dicho de otro modo, las huestes del pretendiente al trono español, el archiduque Carlos, podían superar a las de Felipe V en algunos momentos, pero las derrotas se produjeron en buena medida por la negligencia de quien debía garantizar la seguridad de las mencionadas ciudades.
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