Artículo escrito por nuestro socio Jordi Estalella y publicado originalmente en LexLatin en este enlace.
Texto parcial del artículo:
Piense el lector en lo que está leyendo en este instante. Piense en el medio a través del cual la información está viajando hacia sus ojos y es procesada por su cerebro. Lo más seguro es que ese medio sea la pantalla de un ordenador, un dispositivo móvil o una tableta. A continuación, deténgase un momento en pensar qué utiliza para redactar, corregir y archivar una demanda o un contrato, buscar sentencias y normas, emitir una factura o comunicarse con su cliente. A pesar de tratarse de tareas distintas, todas tienen en común que para realizarlas se está sirviendo de la tecnología.
Ahora, el lector que acumule veinte o más años en el ejercicio de la abogacía rememore los inicios de su carrera profesional. Los procesadores de texto no se habían popularizado, las bases de datos de jurisprudencia y legislación no existían, y hallar la sentencia aplicable al caso suponía espigar entre voluminosos tomos. Las cartas de papel y el fax eran los medios habituales de comunicación.
Imagine el lector más joven qué pasaría si en su trabajo diario no tuviera internet ni correo electrónico, no dispusiera de un programa de gestión de expedientes o careciera del procesador de textos similar al que estoy utilizando para escribir estas líneas.
En apenas un cuarto de siglo, los abogados han adaptado su trabajo a internet, utilizan programas de software y dispositivos electrónicos como el móvil, herramientas inconcebibles años atrás, y lo han hecho por una razón: porque facilita su labor. Utilizando la expresión técnica, “mejora su eficiencia”.
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